A mis padres, a mis hermanos, a mis abuelos, y a todos los habitantes de esa casa mágica, que no se dejan ver, y siempre estarán ahí. Capas y capas de cal cuarteadas conformaban un curioso mosaico trazado al azar por el paso del tiempo, como todo en la vida. Los paisajes, las caras, los cuerpos, hasta los sueños acaban por cuartearse. Era una casa de tres alturas, en una calle ancha, empedrada, que parecía salir de la propia sierra en pendiente. Había una puerta de madera de doble hoja agonizante, deslavada a rodales, y aún con restos de pintura marrón; un ventanal abalconado en la planta superior, y un boquete con unas rejas torcidas, en la parte más alta. Al otro lado, un portón de madera astillada, un cerrojo antiguo del que colgaban unas cadenas herrumbrosas y un candado. A través del desnivel de la puerta sobre el suelo, se colaban unos montoncillos verdes, matojos diminutos mezcla de moho y hierba sobre piedras y tierra, como un bosque de minguillos inv...
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